miércoles, 13 de mayo de 2009

EL CAZADOR EN SU LECHO DE MUERTE

Oscar Javier Martínez

Primer monólogo


Oscurecí mi rostro para andar por el mundo:
máscara sobre máscara.
Descubrí el brillo del metal en mis ojos tempranos
y desde entonces
cada fin de semana embrazo los arreos.
Matar a mano limpia es el placer más puro y más antiguo.
Los años me conducen hacia el blanco camino
que rechazo y que se abre en los insomnios.
Vuelvo entonces a deambular entre las viejas tumbas y los cardos
(y los perros me miran)
Vuelvo a sentir el acedo sabor de las tortillas
y escucho trasegar al viento en los guamuches.
No hay paz en este corazón hecho de ruidos
y de pulsos que llenan mis horas y mi aliento.
Soy cazador. Tengo que levantarme de esta herida.



Hormigas

Llovía.
Un rayo partió con limpia precisión el corazón del cacto.
Adentro las hormigas envolvieron
con sus cuerpos nerviosos a la reina.
Empapado y sin cigarros
las miré afanarse en su tarea.
Otro rayo silbó bajo mis pies.
Con el machete derribé aquel imperio.
Llovía.


Pájaros

La roja bala abrió en dos
el aliento del ave temblorosa.
Esa mañana comí con gusto a muerte.
A la orilla del cerro
me comencé a perder.
La brújula no sirve en estos casos.


Primera lección de tiro

A la hora de la muerte ayuda no pensar
salvo -quizás- en flores rojas.
(Mi mano es la extensión de la mañana)
El metal acaricia los filos de mi espalda.
Mientras miro volar las codornices
y en el límpido azul las nubes se amontonan.


Plegaria a campo abierto

Brizna de amor,
ata mis manos.
Este valle subyuga mis instintos de fiera,
me descubre cobarde y temeroso.
A veces miro en la fugacidad a mi enemigo,
corto cartucho y aguardo noches frías.
El hambre de disparar me mantiene despierto.
Otras veces me descubro
lejos del campamento, de la tienda
y mis armas, como hoy.
Estrella solitaria,
estoy aquí, sediento, con el coraje a cuestas.
¿Qué voy a hacer con mis huesos ardientes?


Ladridos

Oí grillos y perros
y unos cascos golpeando la ladera
donde planté mi tienda.
Esperaba ver pendones y mozos
azuzando dogos o podencos.
Mañana caminaré a la carretera.
No hubo gloria aquella noche;
vacía oscuridad sin humos ni trofeos.
Sólo ladridos y un cuerpo de mujer
que no conoce mis instintos.


Segundo monólogo.

Toda la vida fui el que acechaba en vano
la caída del agua en los arroyos
de calles anónimas, sin héroe que les prestase nombre.
Ser cazador es mi coartada para vivir en la contemplación
y el aniquilamiento.
Ser cazador es redimir los pecados del mundo.
Darse a las llamas como se da el pecho de un faisán
a la escopeta.
Pero no quiero hablar. Pedí cigarros
y nadie respondió.
Mis hijos me miran en silencio.
Esperan con ojos limpios y beben café en tazas
despostilladas que son mi herencia:
El sabor a peltre de noches en que la muerte
acaricia las canas y el pelambre
de víctima y verdugo.

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