Esta tarde me rompo, me desarmo, me incendio, desanudo por fin el cordón umbilical de los espejos y me enfrento a mis gestos extraviados en la gota de sangre que cuelga de los belfos de la noche.
Todo se esfuma ya cuando lo toco.
Ni las palabras ni los actos ni las manos pueden interrumpir esta angustia del mundo en el recuerdo.
II
Es la tarde de luces dispersas. El fulgor del caballo con patas cuneiformes que pisotea en el lodo la oscuridad del jade
Es la eternidad amarga del silencio que se mira a sí misma en obsesión de párpados como la piedra que cede sus sentidos a la noche para encerrarse en su volumen sordo y persistente hasta adquirir el peso de la luz la dureza del tacto y la rugosidad de los sabores.
III
Esta tarde me asomo a la ventana de las negaciones y en el patio todas las formas están como esculpidas por una mano temblorosa: también el tiempo está petrificado.
Es el altorrelieve de la noche que asciende para tocar el vértigo de las contradicciones.
Porque ha sido compañera, cómplice en soledad, amable en tiempo de furia, tierna en horas de insomnio, fiel amante cuando el olvido nos hace sollozar. La música es el bálsamo que Dios, conmovido por nuestra miseria primitiva, nos concedió para romper la bruma de lo inconmensurable y despertar.
Como el aire que flota en la sonrisa del ángel que se ama, la música es el sol que hace juntar los días, es nota discordante, gaviota en los inviernos de la mente, numeral que salta de sus órbitas rompiendo toda lógica y razón, la nota que revienta su armadura y se carcajea como una garza niña. Es la madera que se volvió plata y sirena que acaricia los escollos.
La música ora por nosotros aún en el silencio, ese silencio que pesa como un muerto y que sabe a todo, menos a sal. La música es nuestra mejor acción de gracias, es el más hermoso nombre de Dios. Como olas rompiendo en un acantilado, así se conmueve el alma cuando un acorde rueda por la pendiente de los sueños, posándose suave sobre la orilla del ser...
¿Cómo escapar al encanto adolescente de una canción que juega y seduce? ¿Alguien puede enojarse con el viento porque nos despeina? Somos instantes de un tiempo que nos rodea, somos los asombrados espectadores cuyos rostros se asoman entre viejas mascarillas de las islas del sur. Nuestros cuerpos se secan al sol, para luego humedecerse en una llovizna pertinaz de melodías. Cientos de tambores parten en mil pedazos la negrura, el áureo filo de las trompas agita los estandartes del reino donde todos adoramos. Nuestro corazón se colma de alabanzas por el sólo hecho de escuchar y vivir...
2
Alguien vino a juntar mis días; no pude nombrarla porque no hay palabras que contengan la luz de sus encantos; tendría que llamarse noviembre o madreselva para poder abarcarla, pero ni así. Esa mujer que nos hace emerger del agua y nos arropa, ella también era canción.
3
"...y sólo por tu amor pude resistir el hambre, la guerra, la desolación, la discriminación, y la traición que me enseñó a perdonar", y solo por ti estoy cantando y tejiendo palabras. ¿a dónde iré sin ti? No hay horizonte ni barca ni perfume que pueda hacerme partir de tu costado. Solo estoy aquí porque quiero alabarte y contar el rosario de bendiciones que derramas, eres tú, loco y sonriente, mar y tormenta, lo que me hace vivir.
4
Soy un sobreviviente, he recorrido los países y aprendido de memoria el color de sus pendones, he mirado todos los crepúsculos y he escudriñado el color de las estrellas. La muerte ha danzado al lado mío y alguna vez danzamos juntos, lo recuerdo. He sido traicionado y mi sangre regada en el desierto, alguien se apoderó de mis cansados brazos y me hizo cargar espinas en vez de crisantemos. Entonces llovía, llovía mucho, llovía como si fuese a deshacerse la ciudad, pero aun así, nacía un niño, las aves asomaban su plumaje por entre las piedras de la catedral, y en la canteras había soldados jugando rayuela o qué se yo... me pareció que nunca volvería a pisar las calles de la infancia, que la condena sería a perpetuidad, pero llegaste tú con la espada en alto, riéndote de la imaginaria eternidad.
Música. Luz de velas. Arroyo en las colinas. Música de mi padre y de mi madre. Sendero en donde se cruzan los viajeros. Crisol y serpentina. Luz de todos los astros. Música, siempre música...
Uno La lluvia es el origen del afilado espejo de la muerte; en ella recomienza el dolor de los partos, el sabor da la vida y la consumación de los deseos;
En ella se oscurecen los objetos terribles que permiten al hombre saber por un instante que la luz es un don que castra profecías y recorta perfiles de sal, petrificados, para que las texturas y los cuerpos que han sido nuestros alimenten sus márgenes con el fruto tenaz del olvido olvidado.
Dos Como los hijos, la lluvia usurpa al hombre su razón de unidad inalterable; también, como los hijos, otorga dirección a la continuidad de los deseos futuros;
la lluvia es una madre que se deja escondida en los fríos rincones de la luz y cuando ya está muerta se resuelve al desenmascarar el rostro de los años.
Tres Yo caminaba por las calles de la ciudad que hieden como muertos, buscando en cada paso un poco del sentido del mundo que siempre estaba ahí, al doblar una esquina o enderezar un pensamiento, más allá de las ventanas de mi propia mirada estupefacta; entre mi orilla y el vértice de un otro que nunca conocí; anhelaba encontrar en las noches heladas esa mirada de que me hablaba el sueño enmascarada por sucesivas capas de ceniza;
creía que los fantasmas se escudriñaban dentro y cerraba las puertas que me comunicaban con los otros. Al final lo único que hice fue levantar un muro entre el deseo y su resolución.
Cuatro El vaho es el alma de la lluvia; en él germinan los odios y las indecisiones, el miedo que destruye al pensamiento al encontrar la sangre de los antepasados coagulada en los muros de la noche;
en el vaho se abren las fisuras del tiempo, la densa restricción de las costumbres y el furor del instinto;
en el vaho germinan todas estas visiones y muchas más que la lluvia no quiere ya enseñarme por temor a olvidar su carácter sagrado de mujer.
Cinco Los hombres van oscuros con su carga de polvo en la memoria, por sus venas circula un poco del veneno del mundo, la aceptación de construir la vida desde la idea de la muerte y destrozar el cuerpo de una infancia repleta de dolor para que la malentendida libertad desenrosque su cuerpo y al final se padezca y se tema que el tiempo cumpla su venganza anónima, tras la puerta, al cruzar una calle, o mientras uno tiembla en los insomnios.
Seis Porque yo sé también de los días suspendidos entre la fina lluvia y el vacío de no hacer nada; sé también de los amigos que no nos reconocen al cabo de dos o tres años de ausencia y de las mujeres que algún día poseímos
pues conozco la vileza que germina en el tiempo y las palabras asombradas: "eres muy joven para estar tan calvo";
no saben que mi almohada es de garfios transparentes y que todas las noches el recuerdo me arranca los cabellos y las voces; no saben que el envejecimiento es la imagen del hombre que nunca se ha cansado de decirse a sí mismo "soy el centro del mundo" y al final no se encuentra el camino de frío que se buscó.
Siete (pausa) La virtud de la lluvia es esa forma amarga del silencio
la tarde se agiganta entre los tulipanes hasta ser amarilla. Una parvada de golondrinas florece en ramas con pétalos de ónix; hay un árbol que canta, jaula de luz que vibra tras los sauces; hay sillas que conversan en actitud de espera en las terrazas de la madrugada;
la virtud de la lluvia es su mirada.
Ocho Por un instante el cauce vertical de la tormenta se detiene en su centro de formas calcinadas; hay en la suspensión del movimiento un recuerdo fugaz, hay los vasos vacíos en cuyo fondo la noche halla un remanso; hay el olor a tierra descompuesta bajo los adoquines; hay la radiografía de la ciudad iluminada apenas por la electricidad de la tormenta; hay los muertos arropados en gasas de dolor y frescura, los cigarrillos y las conversaciones malbaratadas en tardes transparentes en donde pastan las memorias que la vida esparce aquí y allá; hay la furia tremenda de los hermanos que se asesinan por el cuerpo de una mujer; la inquietud de los padres que desean a sus hijas; y sobre todo hay la ciudad emputecida que todo lo divide hasta que la tormenta regresa a su pureza inescrutable y el instante se obstruye y solo permanecen las ventanas sudorosas; unas cuantas palabras manoseadas, el humo amarillento de un cigarro, los restos de café al fondo de una taza, y muchos deseos rotos, disipándose.
enero 1979
*Nota al calce. Este poema me sacudió desde la primera vez que lo leí, allá en los lejanos días de la adolescencia. Desde entonces me acompaña, y cada tanto vuelvo a él para acordarme que bajo el cauce vertical de la tormenta todos vamos andando "con nuestra carga de polvo en la memoria".
José Roberto Vallarino Almada nació el 21 de febrero de 1955, en el estado de Sonora, al noroeste de México; falleció a los 47 años de edad en la Ciudad de México, el 12 de noviembre de 2002.
Desde muy joven, Roberto Vallarino comenzó a crear una obra poética considerada una de las más novedosas de habla hispana. En 1975 obtuvo el Premio Diana Moreno Toscano con un jurado formado por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Luis Martínez, Juan José Arreola y Héctor Azar. Un año después, en 1976, fundó y dirigió la revista Cuadernos de Literatura.
Poeta, ensayista y narrador. Fue agregado cultural de México en Yugoslavia; investigador en la Universidad de UTAH; profesor invitado en el Gettysburg College; asesor del Programa Cultural de las Fronteras; coordinador de la colección Letras Nuevas de la SEP; fundador y director de Cuadernos de Literatura; fundador de Unomásuno.
Colaboró en Cuadernos de Literatura, Diorama de la Cultura, El Zaguán, Excélsior, La Semana de Bellas Artes, Plural, Revista Universidad de México, Vuelta, Sábado, y Unomásuno. Formó parte del Consejo Editorial de la revista Astillero. Becario del Centro Mexicano de Escritores, en poesía, 1976, y en ensayo, 1978; y de la Fulbright Grant, 1988.
En 1998 fue Artista en Residencia en España, atendiendo una invitación de Fundación Valparaíso. Miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 1999. Premio Diana Moreno Toscano 1975.
OBRA PUBLICADA:
Antología: Los grandes poemas del siglo XX, PROMEXA, 1979. Salvador Novo. Sus mejores obras, PROMEXA, 1979. Antología del primer encuentro de poesía joven en la frontera norte de 1984, SEP, 1986.
Cuento: El rostro y otros cuentos, Leega, 1986.
Ensayo: Textos paralelos, UNAM, 1980. Conversaciones con Octavio Paz, UNAM, Material de Lectura, núm. 8, 1987. Taller, Taller poético y Tierra Nueva por sus protagonistas, UNAM, 1989. Apuestas y certidumbres, Beatrice Trueblod, 1994. Byron Gálvez, tocar lo intangible, Ediciones del Equilibrista, 1997. Catorce perfiles, UNAM, 1997. La ventana del obispo, UAM, 2000.
Literatura para niños: Durero 4, Taller Sebastián/Petra, 1996. Brancusi 4, Taller Sebastián/Petra, 1997. Leonardo 4, Taller Sebastián/Petra, 1998.
Novela: Las aventuras de Euforión, Edivisión/Diana, 1988. Fin de verano en Donosti, SEP, Letras Mexicanas, 2000.
Poesía: Cantar de la memoria, AEM, 1977; CONACULTA/ Plaza y Valdés, 1989. Elogio de la lluvia, UNAM, Cuadernos de Poesía, 1979. Invención del otoño, UNAM, Poemas y Ensayos, 1979. Crónicas cotidianas, Katún, 1982. Exilio interior, FCE, 1983. La conciencia de la duda, UNAM, El Ala del Tigre, 1993. Tedium vitae y otros poemas de sombra y luz, UAM, Margen de Poesía, núm. 62, 1997. Las noches desandadas, UANL/CONACULTA, Los Cincuenta, 1998. Prometea de la sangre. El resucitado, FCE, 2003.